miércoles, 19 de noviembre de 2014

Diario 2 - Un Viaje al Encuentro de una Amiga



El día 14 de Julio me contaron dónde se localizaba el tumor y una vez salimos de consulta, abracé a mi padre al igual o más fuerte que lo hice cuando dejé a mi pareja y le comuniqué que ya no podía seguir con él. El día que le comuniqué que había dejado a mi pareja lloramos los dos juntos. Ese día me sentí más cerca que nunca de mi padre. Sentir cuanto te quiere en un abrazo lleno de lágrimas que lo único que demuestran son el amor por una hija es lo más grande que me ha podido suceder en la vida. Pues el día que recibí esa noticia, lo sentí nuevamente. Tuve que abrazar fuertemente a mi padre para que vaciara su dolor por noticia tan impactante para la cual ningún padre está preparado. Ver la posibilidad de que su hija puede irse antes
que él del mundo no es plato de buen gusto. En mi caso, yo no veía esa posibilidad, porque en ningún momento me lo pintaron feo aunque el cuadro médico no era muy bonito que se diga. Es cierto, tengo cáncer, pero aún estoy bien y ahora que sé qué tengo, puedo luchar contra ello. 


De la consulta fuimos a casa de mi amiga Sandra porque quería aprovechar el viaje para devolverle unas cosas que me dejó en Mayo y además quería darle la noticia personalmente. Desde entonces no la veía y habíamos intentado coincidir algún fin de semana que otro pero no nos fue posible porque o estaba con diarreas o con vómitos. 


Aparcamos frente a la puerta y le pedí a mi padre que me acompañase porque no estaba para quedarse solo en el coche. Él me contestó que no, que se quedaba en el coche. Le insistí: “Papá, acompáñame” Él me dijo: “No te preocupes hija, me quedo aquí.”


Toqué el timbre del telefonillo y me abrieron para entrar. Entro y atravieso el jardín hasta llegar a las escaleras de la entrada de su casa, donde estaban esperándome Sandra y su madre Isabel. Las saludo dándoles un beso a cada una. 


-      -    Hola guapa. Vengo a devolverte esto.

-      -   ¿Cómo estás? ¿Qué te han dicho por fin?

-     -   Tengo un tumor… (se hace el silencio y nos abrazamos) Se me salta una única lágrima para contarle dónde está y que por lo visto tiene buena respuesta.

-      - No te han dado malas señales, tiene buena respuesta. (Me rio y me limpio la única lágrima que se me cae)

-     - Sí, y a eso me he aferrado Sandra. Tengo que irme porque nos tenemos que acercar al despacho Monterrey para entregar unos documentos. Nos vemos este fin de semana.

-      - ¡Claro! Este fin de semana haremos la barbacoa que teníamos pendiente.

-      - Un abrazo guapa


Salgo de casa de Sandra y vuelvo al coche de mi padre. Me lo encuentro triste tras haber hablado con mi madre. Le dije: “No debiste llamarla y decirle nada hasta que estuviéramos allí. No debí dejarte aquí solo y tenías que haber entrado conmigo a casa de Sandra. Mamá está sola y esa noticia es para recibirla acompañada.” Lo comprendía, él necesitaba desahogarse y no podía hacerlo conmigo.


Fuimos al despacho y allí entregamos los documentos, pero esperamos para saludar a Carmen, la mujer a la que siempre consulto mis dudas contables de la empresa de mi padre. Carmen tardaba en dejar el teléfono, estaba resolviendo las dudas de un cliente. Entre tanto apareció Ana del despacho de abogados y le comunicamos la noticia. Ella me dio ánimos y me dijo que todo saldría bien, al igual que lo hizo Juan Monterrey. Al final no pude saludar a Carmen porque se retrasaba, así que nos fuimos.

Mi padre seguía disgustado y le dije:


- No te preocupes papá, todo va a salir bien, ya sé qué tengo”.

- Pero lo tienes hija, está ahí.

-  Ya, pero ya sé que está ahí y ahora toca deshacerse de él. Además, nos han dicho que responde bien a la quimioterapia. 


A mi padre no le servían de nada esas palabras porque prefería ser él quien lo tuviera y yo no me daba cuenta de ese detalle. 


Regresamos al pueblo para ver a mi madre y le dije que a mi hermana no se lo comunicaríamos hasta que llegara a casa. Cuando llegamos, me enteré de que mi madre tuvo que cerrar la tienda porque le había dado un ataque de ansiedad y que de hecho tuvo que venirse a casa para relajarse, creo que incluso tuvo que ir al Insalud. Mi padre le había dicho con los nervios que el tumor lo tenía también en el páncreas y en el hígado. Es cierto que tenía lesionados ambos órganos, pero no estaba dentro de ellos, sino que estaba intentando acceder. Recibir toda esa información sin que yo estuviera presente para poder abrazarme y desahogarse es algo muy duro. Imagínate en su lugar. Una madre recibe la noticia de que su hija tiene papeletas para morirse antes que ella, está sola en su lugar de trabajo y no tiene a nadie de confianza en quien apoyarse para soltar ese brutal dolor que nace de sus entrañas, lugar en el que me ha llevado durante nueve meses y al que he estado bien conectada con ella a través del cordón umbilical. 


Cuando llegué mi madre tenía una cara… se echó a llorar diciendo que tenía que haberle tocado a ella, que por qué a mí, que a mí no, que tenía que haber sido ella. Le contesté: “me ha tocado a mí porque yo estoy preparada para superarlo, esto viene a enseñarnos mamá y tú no ibas a entenderlo”.  Cuando se lo comunicamos a mi hermana, ella permaneció en silencio. Esto es peor porque guardar silencio y no soltarlo hace daño. Además, ella no estaba pasando una buena racha con su pareja. Llamó a su novio para comunicárselo y en vez de escucharla le dijo que luego la llamaría. A mí me dolió el hecho de que su pareja debería haberse presentado para abrazarla, pero no podía hacer nada, el tiempo y las personas deciden.


Fueron momentos duros para mi familia y traté de transmitirles todas mis mejores energías diciendo que saldría de esta. No permití que esa noticia cambiara mí día a día y decidí escaparme ese sábado 19 de Julio a Badajoz para cumplir con la cita que tenía desde hace meses con una amiga. Mi padre me dejó su coche para que fuera más segura. Me fui muy contenta, pues la verdad, de ir en uno de los coches de la empresa a ir en el coche de tu padre, coche que es su herramienta de trabajo y no un lujo, me hacía sentir que mi padre confiaba en mí y que quería lo mejor para mí, algo que siempre hacéis los padres.

Me había puesto unos pantalones de un pastel verde agua con una camisa rosa pastel llena de flores chiquititas que eran celestes acompañadas por hojitas verdes. Llevaba el pelo bien largo y rizado, me lo había recogido un poco por la parte de arriba con unas horquillas para que se me viera mejor la cara. Me puse los pendientes y la pulsera que me había regalado mi amiga Mónica. Iba a comer en casa de Sandra para luego salir por Badajoz en plan tranquilo. Puse música en el coche para cantar por el camino. Sentí algo extraño en el vientre, algo se movió, pensé que quizá el pantalón me apretaba demasiado. Era un regalo de mi hermana, pues al perder tanto peso, todos los que tenía me quedaban tan flojos que parecía una moribunda cuando me los ponía. Pesaba 44 kilos de 50. 


Llegué a casa de Sandra, comimos y nos fuimos a su cuarto para ver algunas cosillas en el ordenador mientras quedábamos con sus amistades para salir a tomar algo. Su amigo Nacho tenía guardia en radiología, así que no podíamos contar con él hasta más tarde, así que nos fuimos las dos a dar una vuelta y nos paramos a tomar un té con un gofre, pues tenía antojo de algo dulce. Entramos en Casa Blanca y nos pedimos uno cada una. Cuando me lo trajeron, lo disfruté como una enana, pues hacía años que no tomaba uno. Sandra dejó la mitad y me dijo que por favor me lo tomase. A mí me da pena que se tiren las cosas y tenía espacio para un poquito más, así que me lo tomé. Mientras disfrutábamos de ese té hablando, tratábamos de localizar y quedar con las amistades para hacer algo diferente. En ese tiempo, mi padre me llamó para saber cómo estaba y si me lo estaba pasando bien. Le dije dónde estaba y qué hacía. Él me dijo, vale hija, pásalo bien. Sandra me dijo que  resultaba imposible quedar con la gente, así que le dije, pues podemos ir a la bolera. Ella me dijo:


-          - Pues sí, y podemos avisar a mi madre y a Paco.

-          - ¡Genial! -Fuimos a comprar chucherías y nos montamos en el coche para buscar a su madre.-

-        -   Sandra…

-          - ¿Qué te pasa María? No tienes buena cara.

-      - No sé, me encuentro extraña. Siento algo en el vientre. Me parece que no vamos a ir a la bolera y que vamos a tener un plan más tranquilo en tu casa.

-         -  Vale. No te preocupes.


De camino a su casa íbamos hablando de qué haríamos, pero nada más llegar a la puerta de la cochera…

-           

      - Sandra, me vas a tener que dar las llaves de la puerta de tu casa, tengo que ir al baño y no llego.

-       -  Toma niña, corre. No te preocupes. – Cogí las llaves y atravesé corriendo todo el jardín hasta llegar a las escaleras y tratar de abrir la puerta. Por más que lo intentaba no era capaz. ¡De repente! Me abre Paco (pareja de Isabel) y me da un susto de muerte. Le digo: “No vuelvas a hacerme eso” Y salgo corriendo hasta el servicio porque ya no llegaba. Cuando llego, tengo que agacharme pues iba a vomitar. Vomito y cuando miro al frente… descubro que hay sangre. No podía creérmelo así que llamo a Sandra para que lo mire.

-         -  Sandra… ¿es sangre?

-          - No parece. -Ella pensaba que podía ser del gofre.-

-         -  Por favor, llama a tu madre. – su madre se asoma.-

-         -  Sí, es…


Me tengo que sentar inmediatamente delante de ellas porque me entra un fuerte apretón que me indica que tengo que hacer de vientre. Cuando noto que todo lo que sale es líquido y con tanta fuerza me preocupo. Miré y… era sangre. Era todo sangre pura y líquida. Había echado como un litro. La madre de Sandra me dice, lávate que nos vamos al Infanta, pero inmediatamente vuelvo a echar sangre por el recto. Otra gran cantidad de líquido. Así estuve tres veces. La tercera vez me entró calor desde las piernas hasta el cuello y me tuvieron que abanicar para que se me fuera el mareo. Me limpié como pude y me llevaron hasta el sofá. Íbamos a ir en su coche, pero con la cantidad de sangre que había perdido no convenía moverme, así que les pedí que llamaran a la ambulancia aunque el Infanta Cristina estuviera cerca de su casa, que no podía moverme.



Llamaron inmediatamente a mis padres para decirles lo que había sucedido y decirles que me llevarían al hospital. Llegó la ambulancia. Me quitaron la camisa para hacerme un electrocardiograma y me subieron a la camilla una vez me tomaron todas las constantes. Cuando salí de casa de Sandra llevada por el conductor de la ambulancia y su compañero, se me saltaron las lágrimas al ver la noche estrellada y que no podría disfrutar de ella como pretendía porque algo grave le estaba sucediendo a mi cuerpo y no sabía qué. Tenía miedo, no sabía que había sucedido y en mi vida había visto tanta sangre junta.



Cuando llegué al Infanta Cristina y me bajaron de la ambulancia, mis padres ya estaban allí. Habían llegado antes que yo desde cerca del Faro al Infanta, cuando ellos venían Barcarrota a Badajoz (como vendrían…).

Continuará...

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